La mística ricotera regresó a Obras de la mano de la Kermesse Redonda

La mística ricotera regresó a Obras de la mano de la Kermesse Redonda

(Por Hernani Natale) En su primer desembarco en el predio al aire libre del legendario estadio Obras, la Kermesse Redonda, el espectáculo encabezado por varios exintegrantes de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, logró recrear la mística de la popular banda, no solo por el abordaje sin fisuras de un repertorio que combinó clásicos con celebrados inéditos, sino además por el marco y la devoción manifestada por el público, tanto dentro como en los alrededores del recinto.

Encabezada por el saxofonista Sergio Dawi y el bajista Semilla Bucciarelli, la formación rebautizada como Los Decoradores, que completan los guitarristas Tito Fargo y Oscar Kamienomosky, el baterista Hernán Aramberri, el tecladista Fede García Vior y el cantante Jorge Cabrera, desplegó de manera fiel y magistral, a lo largo de poco menos de dos horas, reconocidas piezas como “Un ángel para tu soledad”, “Todo un palo”, “Ji ji ji”, “Juguetes perdidos” y “Mariposa Pontiac”, entre tantas.

También echó mano a celebradas joyas del repertorio ricotero, como el caso de “Motorpsico”, “Música para pastillas”, “Semen up” y “Nuestro amo juega al esclavo”, por citar apenas algunas; y revisitó composiciones que nunca fueron grabadas pero que, sin embargo, no dejan de ser viejas conocidas para sus fans, tal como ocurre con “El blues del noticiero” y “Mi genio amor”.

Para ello, contó también con la ayuda de voces invitadas como el Chino Laborde, Julieta Laso, Nahuel Briones y Leticia Lee; y sumó en algunos pasajes en esa misma condición a una sección de vientos con la presencia estelar del Gonzo Palacios, junto a la trombonista Felicitas Rocha y la trompetista Jeanette Nenezian.

Pero todo ello se potenció al punto de provocar una especie de traslación a los viejos shows de Los Redondos gracias al épico marco aportado por el público, que a la par de la recreación musical de Los Decoradores, volvió a dar vida a aquellos rituales que convirtieron a la legendaria banda en un fenómeno inigualable.

Ya desde la previa, los alrededores del estadio mostraron un paisaje de banderas, cánticos y fervor que se mantenía latente desde la separación de Los Redondos y que apenas reaparecía en los conciertos del Indio Solari.

Lo mismo ocurrió en el interior del recinto al aire libre y se tradujo en pogos y voces al unísono entonando cada una de las canciones, un ingrediente imprescindible para que la vieja mística ricotera regresara.

El carácter festivo también fue propuesto desde la escenografía, definido por las guirnaldas con banderines de colores que colgaban del techo del escenario -al estilo de las kermesses de barrio de antaño- y los dibujos confeccionados por Semilla Bucciarelli que adornaban uno de los laterales.

Tras la proyección de un video realizado en una presentación de Los Decoradores en el palermitano Groove, en el que el público expresaba sus sentimientos respecto a la música de Los Redondos y su emoción por volver a vivenciarla, el show dio inicio con tres platos fuertes del repertorio: la mencionada “Un ángel para tu soledad”, “Barbazul versus el amor letal” y “Nuestro amo juega al esclavo”.

Al finalizar este primer set de canciones, la cara de Walter Bulacio, el joven asesinado por la policía tras ser detenido sin motivo en la puerta del estadio en abril de 1991, durante un concierto de Los Redondos, ocupó la pantalla erigida como fondo de escenario.

Dawi tomó la palabra y señaló que el concierto estaba dedicado a Bulacio e hizo extensivo el recuerdo para otras víctimas recientes de la violencia de las fuerzas de seguridad y machista, al mencionar también a Lucas González, Nancy Videla y Santiago Maldonado.

Acto seguido, comenzó el desfile de invitados con el Chino Laborde en primer turno, quien brilló con “Preso en mi ciudad”, “Roto y mal parado” y “Motorpsico”; seguido por Julieta Lasso, que impregnó de vitalidad a “El arte del buen comer” y “Blues de la artillería”.

Con el vigor que la sección de vientos invitada que conformaron Gonzo Palacios, Felicitas Rocha y Jeanette Nenezian le imprimió a “Mariposa Pontiac/Rock del país”, culminó la primera parte del concierto.

Tras un breve receso, el segundo tramo inició con el recuerdo en las pantallas de Willy Crook, mientras la banda encaraba “Música para pastillas».

El desfile de cantantes invitados siguió con Nahuel Briones, quien ofreció otro de los grandes momentos de la noche con sus brillantes interpretaciones de “El pibe de los astilleros”, “Mi genio amor” y “Fusilado por la Cruz Roja”; y con Leticia Lee, que tuvo a su cargo vigorosas lecturas de “Te voy a atornillar” y “Semen up”.

La inédita “Blues del noticiero”, con el Chino Laborde en la voz y la sección de vientos a pleno, cargó el ambiente de una intensidad sonora que, curiosamente por única vez en toda la noche, le ganó la pulseada al fervor del público.

Pero la mística ricotera en su versión más cabal regreso inexorablemente con “Todo un palo”, “Juguetes perdidos” y “Unos pocos peligros sensatos”.

Para el gran final, todos los invitados se unieron en “Vamos las bandas” y, obviamente, la infaltable “JI ji ji” y su correspondiente “pogo más grande del mundo”.

A la hora de trazar puentes con las multitudinarias presentaciones de Los Redondos, que comenzaron a tomar forma a fines de los `80 cuando justamente pasó de los pubs a Obras, para luego seguir su camino por grandes estadios, hay en esta Kermesse Redonda algunas sutiles diferencias marcadas por un lógico aplomo dado por el paso del tiempo, que permite reconocimientos y homenajes.

Así se explica la imagen explícita de Bulacio, el recuerdo de Willy Crook y hasta el agradecimiento a El Indio, Skay Beilinson y La Negra Poly, los grandes ausentes en esta celebración, en el video proyectado al principio del show. Resultaba difícil imaginar gestos de este tipo en un típico concierto de Los Redondos.

Por otra parte, la recapitulación total de la amenaza constante de las fuerzas de seguridad y de algunos recordados desbordes de antaño, afortunadamente dejan lugar para que todo sea música, celebración y comunión absoluta entre los intérpretes y el público.

Ahora sí, la obra puede ser apreciada en plenitud, si es que hacía falta algo más para que así sea.